Altamente Sensible

Había una vez una niña llamada Teresa, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Teresa era conocida por algo inusual: siempre llevaba puesta una máscara brillante, que cubría por completo su rostro. Nadie sabía por qué usaba la máscara, y aunque algunos niños intentaban preguntarle, Teresa solo respondía con una suave sonrisa que se intuía detrás de la máscara.

Los aldeanos, al principio, murmuraban entre sí, haciendo conjeturas. Algunos decían que tal vez Teresa escondía algo terrible, como una cicatriz profunda, o que podía haber nacido con un rostro que no quería mostrar. Otros pensaban que era una costumbre extraña, quizá una tradición de su familia. Pero la verdad es que nadie conocía el verdadero motivo.

A pesar de las murmuraciones, Teresa era una niña dulce y curiosa. Le gustaba correr por los campos de flores y jugar junto al río, siempre observando el mundo a través de los pequeños agujeros de su máscara. Sabía cómo trepar a los árboles más altos, y era la primera en descubrir los mejores lugares para esconderse. Pero por más que reía y compartía su tiempo con los demás niños, siempre había una distancia entre ellos y ella, como si la máscara fuera una barrera invisible que la separaba.

Un día, una nueva niña llegó al pueblo. Se llamaba Cristina, y al igual que Teresa, era diferente. Tenía el pelo de un color oscuro que brillaba al sol, y sus ojos eran entre marrones y verdes, como el mar en días de tormenta. A Cristina no le importaba la máscara de Teresa. De hecho, fue la primera en preguntarle directamente:

—¿Por qué la llevas? —dijo un día mientras ambas descansaban bajo un viejo roble.

Teresa se quedó en silencio un momento, mirando el horizonte.

—Porque esta máscara me protege —respondió al fin, con una voz apenas audible.

—¿Te protege de qué? —preguntó Cristina, curiosa.

—Del mundo —dijo Teresa, y luego añadió en un susurro—. Y de mí misma.

Cristina no preguntó más, pero tampoco se alejó. Se quedó allí, junto a ella, disfrutando de la tranquilidad del campo. A partir de ese día, se convirtieron en inseparables. Jugaban, exploraban y compartían secretos, pero Cristina nunca volvió a mencionar la máscara. Parecía entender que había cosas que no necesitaban ser explicadas para que la amistad pudiera florecer.

Sin embargo, la llegada del invierno trajo algo inesperado. Un día, una tormenta terrible azotó el pueblo. Los vientos eran tan fuertes que derribaban los árboles más antiguos y las casas se estremecían con cada ráfaga. Teresa, atrapada en su casa, escuchaba el rugido del viento cuando, de repente, oyó el grito desesperado de Cristina. Sin pensarlo, salió corriendo hacia el bosque, donde la había visto por última vez antes de la tormenta.

La nieve y el viento la golpeaban con fuerza, pero Teresa no se detuvo. Cuando finalmente encontró a Cristina, atrapada bajo una rama caída, supo que debía actuar rápido. Se arrodilló a su lado y, sin pensarlo dos veces, se quitó la máscara para secar las lágrimas del rostro de su amiga. Cristina, aturdida y dolorida, levantó la vista y vio por primera vez el rostro de Teresa.

Sus ojos eran más oscuros de lo que había imaginado, como el cielo nocturno sin estrellas, pero lo que más la sorprendió fue su expresión. No había en ella nada que temer, ni cicatrices, ni deformidades. Era un rostro como cualquier otro, pero reflejaba una tristeza profunda, como si hubiese estado escondiendo mucho más que su apariencia.

—¿Por qué…? —empezó a preguntar Cristina, pero Teresa la interrumpió.

—Tenía miedo de que, si alguien me veía de verdad, también verían mis inseguridades, mis miedos… todo lo que trato de ocultar detrás de esta máscara.

Cristina, aun herida, tomó la mano de Teresa con fuerza y le sonrió.

—No importa lo que intentes ocultar —dijo—. Lo que veo es a mi amiga, la misma que siempre ha estado a mi lado, máscara o no.

Con esa simple verdad, el peso que Teresa había llevado durante tanto tiempo comenzó a desvanecerse. La tormenta pronto amainó, y juntas, regresaron al pueblo, donde la nieve comenzó a derretirse bajo el cálido sol de invierno.

Desde ese día, Teresa ya no usó más la máscara. Había aprendido que, aunque a veces nos sentimos vulnerables al mostrar quienes realmente somos, es en esa vulnerabilidad donde encontramos la verdadera fortaleza. Y así, Teresa y Cristina continuaron explorando el mundo, pero esta vez, sin barreras entre ellas.

https://www.rtve.es/play/videos/cronicas/cronicas-sensibilidad-trasluz/3017002/

https://www.personasaltamentesensibles.com/blog/

1 pensamiento en “Altamente Sensible

  1. Qué bonito símil has hecho, bonito como todo lo que creas con tu » gran sensibilidad » ❤️❤️

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