Un hombre estaba solo

Un hombre estaba solo.

Durante mucho tiempo había disfrutado del viento, de la noche, del silencio, de la tierra… En días soleados solía sentarse al filo del mar a contemplar el sonido de las olas al romper en la orilla. Siempre le habían llenado estas cosas, pero hacía un tiempo que echaba de menos el tener compañía.

Observó como en la lejanía, varios pájaros se entretenían en pescar. Contemplándolos, se quedó dormido un largo rato. Al despertar se dirigió hacia uno de ellos y le preguntó:

– Oye, ¿sabes donde podría encontrar a alguien con quién compartir parte de mi tiempo?

El ave alzó la vista y le respondió:

– Si quieres encontrar compañía tendrás que dejar lo conocido y viajar allá donde las montañas son azules.

Pasó el hombre varios días pensando y reflexionando sobre las palabras que le había dicho el pajaro. Esa noche sus sueños no fueron precisamente plácidos, así que por la mañana, cansado de hablar consigo mismo, emprendió la marcha. Anduvo y anduvo durante muchos días y, cuando ya pensaba que se habla perdido, divisó a lo lejos la cresta de una montaña azul.

Invadido por el entusiasmo y reuniendo las pocas fuerzas que aún le quedaban, comenzó a correr. Corría y corría tan aprisa, que de repente tropezó. Tardó varios minutos en incorporarse, pero una vez estuvo en pie, observó que en la manga derecha de su chaqueta había una pequeñito grillo que le gritaba:

– ¿Por qué corrías a esa velocidad? Has estado a punto de lastimarme. ¿Hacia dónde te diriges?

El hombre respondió:

– Voy en busca de compañía.

Entonces, dijo el grillo:

– Has venido al lugar adecuado. Yo soy un grillo mágico, tengo el poder do proporcionar eso de lo que me hablas.

El hombre invadido por el cansancio y la sorpresa, y abrumado por su buena suerte, se sentó en el suelo y comenzó a llorar. Las lágrimas corrían por sus mejillas de modo pausado. El grillo se mantuvo en silencio y esperó a que el hombre se sobrepusiera de su llanto. Al rato dijo:

– Está bien. Ya que te has expresado a través de las lágrimas, hagamos que estas sirvan para algo. Coge una de ellas. Cógela y llévatela a los labios. Una vez la tengas ahí, sopla lo más fuerte que puedas.

El hombre no estaba muy seguro de haber comprendido bien, se mostraba reticente. Pero aún así, ya que había llegado hasta allí, hizo lo que el grillo le había dicho. Comenzó a soplar, al principio lentamente, pero poco a poco sus pulmones fueron echando todo el aire que contenían. Ante sus ojos se formó una gran burbuja que le recordaba las pompas de jabón que le gustaba hacer cuando aún era un niño. Pero lo más sorprendente no era eso, lo que más le sorprendió es lo que la burbuja contenía.

Dentro de ella había una pequeñita mujer.

A partir de ahora el hombre no estaría solo. (T. Aguilar).

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