Aquella tarde de invierno me acerqué al río. Soplaba el viento y este producía un ruido continuo, sordo y pesado como el aleteo de una bandada de pájaros enormes. El sol estaba a punto de ponerse pero aún se distinguía a contraluz cualquier tipo de forma. De pequeña me había sumergido multitud de veces en sus aguas. Recordaba mi bañador, de color rojo con florecitas y lunares. Además de la sensación de flotar, me gustaba el silencio que envolvía a ese lugar. Un silencio interrumpido tan sólo por el rumor de las hojas o los ladridos lejanos de los perros. Para secarme al sol, solía tumbarme sobre una piedra que descansaba en medio de las aguas. Una gran piedra recubierta de suave musgo resbaladizo. De un color gris plomo matizado por el marrón de la tierra. Si te subías en ella podías pasar al otro lado.
Me puse a imaginar como las hormigas y algunos otros insectos utilizarían la piedra al igual que yo para tomar el sol o cruzar el río. Imaginé la cantidad de viajeros que habrían estado en aquel lugar, todas las veces que habría sido pisada para poder acceder a la otra orilla. También en la gente que se habría sentado a descansar. Esa piedra llevaba años allí y sería conocedora de la transformación del mundo. Algo en apariencia simple era de una gran utilidad como tantas de las cosas que a veces a los humanos nos son invisibles.
De repente comenzó a refrescar lo que me sacó de inmediato de mis pensamientos y me recordó que ya era tarde, que era hora de emprender la retirada a casa. Mientras caminaba y como la mente es un constante no parar se me ocurrió que podría hacer alguna pieza partiendo de una piedra. Casualmente hacía varios días que en uno de mis paseos por el campo había encontrado una particularmente inspiradora. Era una piedra con dos agujeros que parecían ojos. En mi imaginación surgió la figura de un cuerpo humano con cabeza de piedra. Me pareció poético darle vida. Imaginaba qué habría sido antes y donde habría estado.
Recordé un pequeñito poema de Rubén Vela que dice …
Colocar
una semilla
sobre una piedra
y hacerla florecer.
Me pareció un buen título para esta obra.