MUJER PEZ

Cuando me canso de ser humana, algo que me ocurre a veces me pongo a imaginar que puedo convertirme en cualquier cosa.

El otro día viendo un documental en la dos (porque yo sí los veo) descubrí a los peces voladores golondrina. Me pareció que tenían un hermoso nombre. Un nombre con el que escribir un poema o contar una historia. Un nombre que proviene del griego εξω-κοιτος, exo-koitos, y que significa "yacer fuera" en el sentido de "dormir bajo las estrellas", por el hecho de que no es raro que queden varados en las cubiertas de los barcos al salir del agua por las noches. La constelación Volans hace referencia a este pez, y uno de los géneros, Hirundichthys, significa “pez golondrina” en griego.

Asomada a la ventana de mi cuarto, aspirando el aroma de las flores y ese extraño e inconfundible olor a mar, imaginé que era uno de ellos y que me embarcaba en una travesía transatlántica. Pensé que viajaba al sur de Europa a pasar el invierno. En mi viaje, apartada del núcleo de las cosas cotidianas descubría paisajes sorprendentes.

Aprendía a contemplar el mar desde distintas alturas, según el tiempo y las condiciones climáticas; por ejemplo, desde una posición más alta cuando está revuelto. Y encontraba lugares donde refugiarme cuando la fuerza del viento era grande. Ohhhhhhhhhh, era maravilloso volar por encima del océano porque el mundo que habitaba, últimamente se había convertido en un caos. La sensación de libertad era grandiosa.

Convertida en un pequeño pez volador golondrina, me venía a la memoria un libro antiguo que me habían regalado hace tiempo sobre mitología griega y romana. Comenzaba este explicándote que en el principio del mundo, toda la naturaleza no era sino una masa informe llamada Caos. Los elementos yacían en confusión: el Sol no esparcía su luz, la tierra no estaba suspendida en el espacio, el mar carecía de riberas. El frío y el calor, la sequía y la humedad, los cuerpos pesados y los cuerpos ligeros se confundían y chocaban continuamente, hasta que un día dios, para poner fin a tan prolongada lucha, separó el cielo de la tierra, la tierra de las aguas y el aire más puro del aire más denso. Los astros brillaron en el firmamento, los peces surcaron las aguas, los cuadrúpedos habitaron la tierra, y los pájaros, volando por los aires, iniciaron sus armoniosos trinos. Así fue creando el universo y los dioses velaron por su conservación.

Se me antojó pensar que esa masa informe llamada caos y que constituía el mundo podría semejarse a una pella de barro, a un trozo de arcilla de los que utilizo en el taller para modelar formas. Imaginé que al igual que ese dios creaba mi propio mundo. La sola idea me cansaba ya que constituía una ardua tarea. De niña habitaba un mundo (llamémosle lugar), en el que toda mi familia estaba a salvo. A salvo de las injusticias, de las críticas, de las miradas de los otros y las palabras dichas con mala fe, de las tristezas, de las enfermedades y el sufrimiento, a salvo de la muerte. Entonces murió mi abuelo y me dí cuenta de que jamás volveríamos a encontrarnos. En ese momento dejé de creer en Dios, en ese momento me hice adulta.

¿Cómo sería mi mundo? … …. me preguntaba.
Los hombres forman una legión y la mayoría andan absorbidos por la vida social, agitados por el torbellino de las pasiones, de los intereses, de las competencias, de los deseos, las ambiciones y las rivalidades.

Tendría que ser diferente, distinto a lo que conozco. Un lugar sin prisas donde en vez de ir en bus pudieras convertirte en un pez volador golondrina y surcar los mares.