OBJETOS

Hay días en que un ovillo de lana, una esponja o un trozo de esparto son simplemente objetos cotidianos, pequeños pobladores de las casas. Pero también hay veces en las se cubren de importancia inesperada y pueden suscitar revelaciones que les convierten en tema de una obra de arte.

El barro, este maravilloso material al que me supedito, me ha llevado siempre a buscar el alma de las cosas. Lo misterioso acecha a la vuelta de la esquina, en el interior de uno mismo y entonces un ovillo no es solo un ovillo. Un ovillo es un hilo acurrucado.

Los objetos son un reflejo de lo humano y como tal no son solamente útiles, son también símbolos que afectan nuestras ideas y emociones. Nos permiten establecer relaciones entre conceptos muy diversos y despiertan en quienes los contemplan todo tipo de sentimientos. Invitan a soñar, a imaginar y a evocar otros lugares o momentos.

De entre todos, los que más amo son los usados, viejos o abandonados, impregnados por muchas manos, los que tienen muchas historias que contarnos. Latas oxidadas que sobreviven a las inclemencias del clima, llaves antiguas que me hacen imaginar cómo serían las casas que abrían y las personas que las habitaban.
Porque los objetos hablan, nos invitan a dialogar. Ese es uno de los objetivos de mi obra: plantear un diálogo entre el espectador y los objetos.

Me gusta transformarlos, darles un utilidad diferente a la que tuvieron, porque a veces imagino que existe un universo paralelo, donde convivimos con pequeños seres que hacen uso de nuestros objetos. Estos se transforman y se adaptan a este diminuto, pero a la vez gigantesco universo para integrarse de forma peculiar, siendo utilizados con una finalidad muy distinta para la que en principio fueron creados.

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